(...y qué tan buenas son las universidades mexicanas, y qué hacer al respecto).

Sí es buena. La mejor del país, sostengo con conocimiento de causa habiendo pasado por la privada más costosa, dos estatales que reciben presupuesto a cuentagotas, y ahora una buena estadounidense (vamos, tampoco es Harvard, aunque es difícil imaginar la diferencia).

Diría que la Universidad de Wisconsin se siente marginalmente mejor que la UNAM... un buen curso o un buen laboratorio de la UNAM sí están al nivel, y en consecuencia no me quedan recovecos para dudar que mi valoración es extensible a otras buenas universidades de América Latina.

¿Por qué no destacar alguna como el Tec de Monterrey? El problema no es que las privadas sean incapaces de otorgar educación de calidad. Otrora recuerdo al Tec con estándares consistentemente altos. El verdadero embate es que nuestros plutócratas están entre los más mediocres del mundo. Claramente desean educación relativamente buena para su progenie, mas nunca en ciencias y humanidades. Dormitan en el capullo de eternizar sus simplones negocios, y al resto de la sociedad nos llevan entre las patas. Slim y Salinas Pliego tienen dinero como para hacer de Telmex y TV Azteca el terror de Silicon Valley, pero les va bien revendiendo fayuca a plazos chiquitos. El resultado es que las universidades privadas mexicanas no destacan en los rankings, habiendo descuidado campos enteros del conocimiento humano.

Hablando de rankings, hay otro fenómeno que sí me hace dudar de la UNAM. Cada tantos años algún periodicazo la hace rozar con las cien mejores del mundo. Entonces la comunidad saca rubor por las mejillas, los glúteos miran al sol y alguien se hace escuchar: ¡Somos la última coca del desierto!

No se vaya usted a fijar en que la noticia no se repetirá el año que viene, ni se le ocurra preguntar quién elaboró la clasificación y con qué rigor. ¿Qué otras clasificaciones existen y en dónde nos ponen? ¿Tendemos a la alza, a la baja, estamos estancados como universidad? Vaya, esas preguntas molestas que caracterizan al pensamiento científico.

El principal propósito de esta entrada es dar una respuesta más objetiva a la pregunta: dónde se encuentra la UNAM. Distintos rankings usan distintos criterios y priorizan distintas áreas. Algunos como QS ni siquiera utilizan métricas, sino opiniones (es el que suele meterla en su top 100). Por otra parte, si bien no existe tal cosa como la clasificación de universidades, un patrón más certero sí podría emerger tras abrevar de varias fuentes.

Para tales efectos he recogido datos desde 2012 a 2023 de diversas clasificaciones académicas, los he agrupado por ligas o categorías (mundo, América Latina, país, etc.) y he graficado sus series de tiempo; otorgándonos una mejor idea de dónde estamos y a dónde vamos. Es increíble lo que se puede lograr con un CSV y 40 líneas de R. El modelo de regresión en gris y sus respectivos intervalos de confianza del 95% usan una laxa regresión local polinomial, también conocida como "LOESS". Ya sé que no hay homocedasticidad en los residuos mundiales (por eso LOESS), y que son muestras pequeñas, que el ruido acotado por un extremo se modelaría mejor con Poisson, que hay series incompletas sesgando la tendencia en el cuadrante de América Latina, pero tu otra opción es leer una nota en un diario con un único dato aislado.

(Image "Figure ")

Removiendo a Times Higher Education, cuyos datos son francamente anómalos y faltos de cordura, las gráficas quedan así:

(Image "Figure ")

Esto nos permite tomar algunas conclusiones:

  • México: la UNAM definitivamente es la mejor universidad de México.
  • Latinoamérica: está entre las mejores 10 de América Latina, quizás entre las mejores 3, aunque desde 2012 nadie le ha dado el primer lugar.
  • Mundo ibérico: mi favorito entre los rankings, SCImago, piensa que la UNAM va a la alza dentro de la iberósfera. Dado que los únicos miembros de esta liga fuera de América Latina son España y Portugal, y dado que el mismo SCImago y otros muestran constancia dentro de América Latina, esa escalada más bien debe ser el resultado de la caída de universidades europeas.
  • América del Norte: nuestros amigos estadounidenses y canadienses con poco dinero deberían considerar seriamente estudiar en la UNAM o alguna otra buena universidad latina, suponiendo que sepan portuñol. Estudiar en una de las 100 mejores de América del Norte tampoco suena mal, las más pequeñas de la Ivy League no nos pisan los talones.
  • Mundo: la UNAM definitivamente no puede presumir ser una de las 100 mejores del mundo, aunque eso podría cambiar en un futuro si apostamos por las tendencias de SCImago o de QS. Son los rankings asiáticos los que la refunden debajo del 200.

Los unamitas también dormitan en su propio capullo, uno más inocuo e ingenuo: el de su propia mitología apoteósica, y el de no tener competencia real dentro del país, por designio del gobierno. Apenas se otorga menos de la mitad de presupuesto al lejano segundo: el Politécnico Nacional. Incluso sumándole al CINVESTAV (cosa que muchos rankings no hacen), el presupuesto se queda a menos de la mitad. Naturalmente, nuestras universidades de segunda logran aparecer ya muy por debajo en algunos rankings, pero para otros ni siquiera existen. Para cuando el pase de lista llega a los estados de menos monta, el terruño educativo se descompone por completo.

Las universidades mexicanas son malonas, antes que nada porque proliferan como mala hierba con cada nuevo demagogo, y cada una requeriría algunas decenas de miles de millones de pesos, año con año, para que hagan lo que tienen que hacer. El factor limitante no es la corrupción, no es el arraigo cultural a la mediocridad y falta de disciplina. Como sucede con el sistema de salud, el más cuelloso de los cuellos de botella es poderoso caballero, Don Dinero.

Más valdría tener sólo unas diez bien financiadas regadas por todo el país. ¿En qué momento las 4400 techumbres públicas y voladizos privados se convertirán en una industria nacional avanzada y un sector cuaternario de la economía? Francamente, nunca. Mejor imaginemos un México con sólo diez universidades públicas al nivel de la UNAM: eso sí que sería una potencia educativa. En comparación, sólo hay 35 estadounidenses por encima, según el mismo ranking QS. Tampoco vamos a exigir más de 10; para empezar Estados Unidos tiene el triple de población, sin mencionar las proverbiales peras y manzanas de comparar financiamiento público contra privado. El Reino Unido mete 17, Australia 9, Alemania 6, China 5, Korea 5, Francia 4, Japón 4, etc. Entre todo Latinoamérica sumamos 4.

Según mis cálculos rápidos basados en estimaciones del PIB mexicano y estos deprimentes datos presupuestarios federales en materia educativa, manteniendo el presupuesto y reestructurando el panorama nos alcanza como para financiar 4 ó 5 UNAMs. Por otra parte, la política ideal evidentemente empezaría por incrementar el presupuesto en educación, del 3% hasta un 7% u 8% del PIB (como establecen los compromisos políticos de México). Entonces sí nos alcanzaría para unas 10 ó 12, además de reforzar la educación básica y media.

La propuesta tampoco es entelequia... Bolivia y Costa Rica invierten alrededor del 7%. Cuba el 11%. En países más desarrollados suele ser entre el 5% y el 6%, quizás porque el 5% de mucho dinero sale sobrado para superar los esfuerzos de países en desarrollo. Me gustaría hablar en términos de dinero por estudiante, sin embargo no es fácil conseguir las cifras.

Así, tras un buen análisis de regionalización, centro de gravedad demográfica e impacto económico, además de la Universidad Nacional Autónoma de México estaríamos hablando de la Universidad del Noroeste de México (UNOM), la Universidad del Noreste de México (UNEM), la Universidad del Bajío Mexicano (UBM) o del Centro-Norte de México, la Universidad del Occidente de México (UOM), la Universidad del Este de México (UEM), la Universidad del Sur de México (USM) y la Universidad del Sureste de México (USEM) también conocida como Universidad Yucateca. El centro-sur podría conservar dos, por obvias razones: la UNAM cargada hacia el sur, el IPN sirviendo el norte de la zona metropolitana y absorbiendo otras como la UAM. En tiempos de sobra, las Californias o algún otro lugar del norte podrían tener una propia, debido a su aislamiento sui generis y el distanciamiento (literalmente distanciamiento) propio del norte del país. Finalmente, el sur podría tener dos universidades del sur, bien repartidas, porque siempre es bueno reforzar las zonas históricamente desfavorecidas.

Región Entidades Población (INEGI 2020) Razón respecto al máximo
Centro-sur Estado de México, Ciudad de México, Morelos 28,609,254 1.0
Este Veracruz, Hidalgo, Puebla, Tlaxcala 19,029,782 .66
Noroeste Baja California, Baja California Sur, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango 16,183,462 .56
Occidente Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán 15,189,145 .53
Centro-norte Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro 14,386,808 .50
Sur Guerrero, Oaxaca, Chiapas 13,209,227 .46
Noreste Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas 12,408,884 .43
Sureste Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo 7,548,257 .26

La fantasía no tiene por qué perderse soñando nuevos y gloriosos campus, la infraestructura actual evidentemente se tendría que aprovechar, y podría ser clave para sub-regionalizar las universidades por áreas de conocimiento, sin perder de vista las ventajas que conlleva la concentración de talentos y compartir el costoso activo universitario. Nadie querría inscribirse a ingeniería naval en la Universidad del Este de México campus Puebla, mientras que el campus Veracruz... Veracruz rinconcito donde hacen su nido los memes acuáticos.

Si el gobierno francés desapareció y fusionó a muchas de sus universidades más prestigiosas, no veo por qué deberíamos tocarnos el corazón matando la identidad de la Universidad de Guadalajara, la Michoacana, la de Colima, la de Nayarit, sus respectivos homólogos tecnológicos y un largo etcétera. El punto es que la política no tiene por qué sobreplanear dilucidando dichas cuestiones, la reestructuración podría ser más o menos orgánica, más allá de exigirla, y exigir estándares altos de presupuesto por cabeza como premisa para otorgar el mismo, más tarde sujeto a rendición de cuentas mediante indicadores de desempeño académico (como podrían ser estos modelos de regresión longitudinales según evaluadores externos). En cuanto a su organización interna, la autonomía es por supuesto deseable, salvo por la que fuera a mantenerse íntegra en su condición actual (IPN). Para que todo eso se traduzca en pan y vino, también será clave otorgar el derecho al sector privado nacional (y la obligación a sus peces más gordos) de vincularse con la academia para convertir la investigación en productos innovadores que lleguen a las tiendas.

Son quizás nuestras propias intuiciones quienes supondrían el mayor obstáculo. Nos hemos hecho a la idea de que todo mundo tiene derecho a ir a la universidad, que la educación superior es simplemente la parte dos de la educación básica y media, y que a todo mundo le sirve ir a la universidad. Ojalá fuera cierto. Ojalá habitáramos en ese mundo post-escasez, donde dedicar cuatro, diez años o toda la vida adulta a la especialización intelectual es como decidir para qué lado peinarse el fleco.1

Mientras eso no llegue, mientras el mundo y la economía dependan de oficios menores, carreras técnicas, obreros, choferes, trabajadores agropecuarios, vendedores y fontaneros, habremos de codiciar metas más útiles y sensatas, como asegurarle una vida y salario dignos a todo adulto trabajador independientemente de su nivel educativo. No hagamos de la educación la enemiga de la dignidad. Cuando el trabajo no alcanza, el problema no es tu preparación, el problema es el sistema, y la solución evidentemente no puede ser poner a todos a competir por educación que de por sí ya es mala.


  1. Tampoco seria tragedia educativa, ni mucho menos una económica. Otro cálculo rápido revela que si multiplicáramos el aforo de pregrado de la UNAM de 2023 por diez, lo dividiéramos entre 5 (el número de años promedio de una licenciatura), terminaríamos con medio millón de plazas por año ofertadas a los mejores estudiantes. Compárese contra los 460,629 estudiantes egresados de universidades públicas en 2021-2022. Y compárese nuevamente contra los 698,126 que ingresaron. Es decir, podríamos cubrir a todos los que realmente logran egresar, al mismo tiempo que les otorgamos algo mejor a ellos y al país. Al resto le serviría más estudiar una buena carrera técnica corta u obtener un verdadero licenciamiento en algún oficio. Sin embargo, la lógica contraproducente del populismo dicta que es más fácil ser votado cuando se le otorga una fantasía a más gente.